QUE TRISTE ESTÁS TRISTÁN

A cualquiera que viaje en metro en Santiago a eso de las 8 y media de la mañana, o ande en micro por la Alameda en Verano, o salga a comprar regalos recién el 23 de diciembre, NO le sorprenderá la noticia que Chile es de los países más tristes de América, región donde la alegría y la pachanga son bienes de exportación.

La nota destaca medio estupefacta que nuestro país, pese a tener una economía tan sólida que todos hacemos guerras de billetes en la calle; la gente es tanto o más infeliz que en Bolivia y que estamos apenas un poquito por encima de Perú, los vecinos pobres. Entonces se llega a una hipótesis asombrosa y osada: El dinero no hace la felicidad, que era lo que yo pensaba.

La noticia me cayó medio mal, porque para mi ésta ha sido una semana agotadora, pero muy satisfactoria y llena de alegrías. Partiendo por la muerte de Voldemort, la que en lo personal no me provocó alegría directa, pero sí por osmosis de tanta gente que salió a celebrarlo. Ese que un día dijo «muerta la perra se acaba la leva», ojalá predique con el ejemplo.

Luego vino mi descollante repunte en la Universidad donde levanté ramos agónicos y finalmente la humillante derrota de Colo Colo, equipo que en lo personal no me cae mal, pero sí su hinchada llena de lumpen y termocéfalos. Con energúmenos como los de La Garra Blanca, o Los de Abajo, o cualquier hinchada medio estúpida que destruye y cogotea en nombre del deporte (que en Cobreloíta también tenemos un par) merece mi repudio y me alegran sus derrotas, pero eso es pa otro post. Después la instalación de internerd y teléfono en la casa (está bien, fue una alegría medio neoliberal, pero me la permití) y finalmente está mi esperado retorno a las canchas del baby futbol viñamarino, que me tiene muy entusiasmado.

La cosa es que les prometo que ayer, decidí irme caminando con el solcito de las siete, por una calle media silenciosa y escuchando buena música, con el alivio de haber terminado la U y no tener cosas pendientes en el laburo. El fin del agobio me hizo sentir de nuevo feliz, como hace días no estaba, y tal vez por eso también los tenía medio abandonados, muchachines.

Pero ahora resulta que me da un poco de pudor estar feliz cuando el resto de mis compatriotas son infelices, es como cuando uno era el único que se salvaba en el examen, y entre los amigos queda un regadero de reprobados. Uno no sabe cómo celebrar sin que se note mucho.

Lo otro es que, analizando el estudio, descubrí que otras cuestiones menores, como el Amor, la Familia o el reconocimiento, tampoco son relevantes a la hora de definir la felicidad: ¿saben lo que la lleva?… la Latitud

Sip, mientras más cerca del Ecuador (de hecho el propio Ecuador salió tercero, pero es que Venezuela tiene a Chavez, y Colombia a Angie Cepeda y así cómo no vivir cagado de la risa) la gente es más feliz, y mientras más nos alejamos de la línea imaginaria, va quedando la cagá. Entonces de más a menos felices la cosa va así: Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Perú.

De acuerdo, Perú está más al Norte que Chile, pero no nos vamos a poner quisquillosos por un par de miles de kilómetros. De hecho, por cosa de orgullo patrio deberíamos comparar nuestros índices de felicidad con Noruega o Groenlandia que están igual de lejos del Ecuador que Chilito.

Pensaba en todo esto cuando me acordé que en la mañana, justamente, se me ocurrió el siguiente chiste, con el que cierro mi intervención de hoy, con la férrea esperanza de que contribuya en algo a subir un puntito los índices de felicidad local.

¿En qué se parecen Pinochet a Colo Colo?

En que ambos torturan a su gente en el Estadio Nacional.

Nos vemos,

 M.